PALABRAS DEL CUSTODE DE LA BASÍLICA PAPAL DE SAN FRANCISCO DE ASÍS PADRE MAURO GAMBETTI
Eminencia, Excelencias, autoridades civiles y militares, Señor Presidente Santos y amigos, los aquí presentes y los que estén en casa, ¡gracias por su participación! Les recibe el Hermano Francesco, que, con serenidad y sencillez de corazón, repite: Deus det tibi pacem!
Qué paz? Es un interrogante especialmente actual. La paz es la aspiración de todos los corazones, es un derecho del hombre, pero no es una condición estable de su existencia. No hace falta ser expertos en política internacional para comprender cómo para muchos países, especialmente los más “evolucionados”, la paz es fundamentalmente un instrumento para el uso y consumo de políticas económicas. No en vano los equilibrios geopolíticos son inestables, están armados y a menudo resultan sangrientos.
Ni la misma Europa vive en paz. Con gran clarividencia, los “padres fundadores”, en su momento, anunciaban un recorrido profético y común: “paz, unidad y prosperidad en Europa”, pero su herencia ha sido recogida y cultivada solo en parte. La convivencia y el bienestar construidos sobre la lógica de la ganancia y la relación coste-beneficio no ha llevado a la prosperidad por la escasa armonización entre bienes materiales y relacionales. La relativización del valor sagrado de la persona y de las culturas, la reticencia a dar confianza y compartir los recursos, la falta de justicia social y de solidaridad eficaz no han llevado a la unidad, sino a un concepto de hortus conclusus. La idea de paz como estatus a conservar y no de proceso constante para su construcción -mediante el diálogo, los recorridos educativos y sociales, gracias a un orden dedicado a la convivencia pacífica-, en muchas ocasiones ha reducido la paz a un sofismo que cubre situaciones de falta de autenticidad, como demuestran los conflictos diarios y la violencia en las familias, en el trabajo, en las calles, y como nos revela una simple ojeada a nuestro interior, que se molesta cuando nos quitan algo o cuando nos dirigen una sola palabra que suene ofensiva. Europa (e Italia) son un modelo más de implosión que de socialidad, de confusión más que de crecimiento del bien, de inseguridad y rabia, en vez de felicidad.
Entonces, ¿de qué paz hablamos? Un interrogante que está especialmente de actualidad, porque hoy entregamos al Presidente de Colombia la luz de la paz. A través de Usted, Señor Presidente, querríamos entregarla simbólicamente a todo el País. De esta manera, deseamos expresarle nuestro júbilo por las perspectivas que se abren a raíz de los acuerdos firmados entre su Gobierno y las Farc.
Pero aún más, con este símbolo votivo de la oración que constantemente llega a Dios desde la Tumba de San Francisco, queremos expresar nuestro apoyo a toda la población, para que sepan vivir la difícil tarea de construir la paz con inteligencia, con miras al futuro y con determinación.
Me permito proponer como modelo la paz franciscana, como la entiende el Papa Francisco, al que dedicamos nuestro cariñoso recuerdo:La paz franciscana no es un sentimiento meloso. Por favor: ¡Este San Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteística con las energías del universo... Esto tampoco es franciscano, sino que es una idea construida por unos pocos. La paz de San Francisco es la paz de Cristo, y la encuentra todo aquel “que toma para sí mismo” su “yugo”, o sea, su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (Gv 13,34; 15,12). Y este yugo no puede llevarse con arrogancia, con presunción ni con orgullo, sino solamente con serenidad y humildad de corazón (Asís, Omelia 2013).
Por ello, libraos de dos graves tentaciones: la exclusión de la dimensión espiritual de la vida pública, cuya consecuencia es una experiencia distorsionada de laicismo, incongruente con el propio principio constitutivo; el miedo a pedir perdón por los pecados, que provoca un bloqueo inconsciente colectivo y personal en la memoria afectiva de las personas. Los efectos de estos errores son: el estrechamiento de los horizontes; la pérdida de lucidez y la vuelta inexorable de los fantasmas del pasado. Europa está atrapada en estas trampas.
Nos dirigimos a ti, Hermano Francisco, y te rogamos que nos enseñes a recibir el don de la paz que nos trajo Jesús y nos ayudes a ser “instrumentos de la paz”, pidiendo perdón y perdonando por amor.
En nombre de la hermandad del Sagrado Convento: Feliz Navidad a todos y a Usted, Señor Presidente, el don de la luz de la paz.
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